lunes, 15 de mayo de 2017

Baena, aristocrática y monumental

Baena, aristocrática y monumental






  • Baena, aristocrática y monumental -

El académico y poeta Juan Bernier, con el título Córdoba tierra nuestra, dio a luz en 1978 un bello libro hecho con jirones históricos de la capital y de los pueblos de la provincia. Situó a Baena en las tierras de la Campiña y dedicó a esta localidad varios artículos ponderando su paisaje, su nobleza y su vetusta arqueología. Sin embargo, le pasó desapercibida una casona señorial en la que hemos reparado recientemente, tratando de comprender su identidad, y su compostura, pues corona su fachada un escudo heráldico, en el que se advierten de forma confusa sus cuarteles, y en su cima un aparente sombrero cordobés. El turista o el paisano se pueden preguntar a qué responde esta arrogancia y lo más seguro es que el asunto por lo errático no pueda tener contestación.
Una reciente colaboración congresual sobre un personaje baenense en tránsito entre el Barroco y la Ilustración, fray Manuel María Trujillo y Jurado, que desempeñó los oficios eclesiásticos de obispo de Albarracín y después abad mayor de Alcalá la Real, nos ha dado la pista para deshacer el enigmático ornamento heráldico.

En el año 1802 acude el ilustre purpurado al escribano de la villa de Priego Manuel Hoyo de Molina para contratar con el cantero y picapedrero residente en ella, José de Lamas, la reedificación de su Casa Palacio de Baena, que habría de utilizarla con sus familiares y domésticos en las temporadas y estaciones que más le convinieren. Faltándole para su conclusión una portada deliberó para su mayor decencia fabricarla de piedra, en consonancia con su magnificencia, según el diseño que le había proporcionado don Antonio Monroy, maestro en el arte de la arquitectura. Este cuerpo habría de ser de piedra cipia (caliza) de la más blanca y mejor calidad que se encontrare en el término de la villa de Zuheros o de Luque, y con la que siglos antes se había construido el mausoleo de los Pompeyos de Torreparedones. La escritura precisa el importe de la obra, cuantificada en 16.000 reales de vellón, que habrían de pagarse sin que el artista hiciere ninguna gestión ajena al decoroso porte de Su Ilustrísima.


La esbelta fachada de corte neoclásico quedó concluida a principios del año 1803 y a partir de entonces adornaría la calle a la sazón llamada Llano del Rosario y en la actualidad plaza de Amador de los Ríos. Ha quedado una muestra gráfica datada en 1905 y gracias a esta reliquia postal sabemos cómo fue el edificio primitivo, porque entrada la segunda década del siglo XX, entre 1924 y 1925, se acometió una profunda reforma con influencia del regionalismo sevillano de Aníbal González, tal vez por alguno de sus discípulos o seguidores, que la desnaturalizó muy sensiblemente. María Ángeles Jordano en su libro Escudos de Córdoba y provincia en fachadas y portadas (Universidad de Córdoba, 2012) hace una somera descripción técnica, particularmente en lo que atañe a la historia del escudo atribuyéndoselo al obispo don Juan María Trujillo Ortega, como también hace Oscar Barea López, sin ningún fundamento porque tal personaje no existió. Otros autores van mucho más lejos afirmando que las armas del escudo se corresponden con las del obispo cordobés Sebastián Herrero Espinosa de los Monteros (1822-1903), natural de Jerez de la Frontera, con idéntica carencia de rigor histórico.
La casa perteneció al abad Manuel María Trujillo, como declaró éste en su testamento otorgado en 1810: «Tengo por bienes míos propios unas casas principales... que he labrado y reedificado hasta ponerlas en el decente estado en que se hallan... adornadas de muebles que son de mucho valor y primor». El escudo en cuestión estuvo colocado en el frontón del balcón principal de donde se transfirió a la cornisa superior de la fachada en un frente avolutado en cuyo centro destaca timbrado con el capelo abadengo, signo inequívoco de su titularidad.
Fue este abad un personaje discutido y discutible, franciscano díscolo, enérgico y combativo con los cabildos municipales de Priego y de Alcalá la Real, con algunos dependientes suyos, a los que reprendió severamente sin miedo a las represalias, con varios miembros del santo Oficio de la Inquisición y con jerarquías de hermandades que pugnaban por acogerse al fuero civil más benévolo que el eclesiástico. El ilustre patricio murió en 1814 en la entonces villa de Priego, pero ordenó enterrarse pasado un año en el convento franciscano de su patria chica, lo que se llevó a cabo finalizado el plazo, y hoy su marmórea efigie se muestra arrodillada en la capilla de San Diego de la antigua iglesia conventual baenense, evocando su azarosa vida con sus luces y con sus sombras.
En el palmarés de este baenense ilustre, que sirvió a la Iglesia y a la Corona con desenfado, destaca haber sido el fundador de las Casas de Misericordia para Niños Expósitos de Priego y de Alcalá la Real, tras un largo proceso burocrático que al final hizo posible que ambas localidades remediaran una carencia social y económica tangible, en una época rica en miseria, cuando las luces del liberalismo comenzaban a encender la antorcha de la razón.
* Real Academia de Córdoba

No hay comentarios:

Publicar un comentario