lunes, 13 de febrero de 2017

Manuel PELÁEZ DEL ROSAL: "El conde de Superunda", en Diario Córdoba, Miércoles 11 de enero del 2017, pág. 6.

Manuel PELÁEZ DEL ROSAL: 
"El conde de Superunda", 
en Diario Córdoba, Miércoles 11 de enero del 2017, pág. 6.


Manuel Peláez del RosalManuel Peláez del Rosal - Real Academia de Córdoba
11/01/2017

El 5 de enero de 1767 --se cumplen ahora 250 años- falleció en la entonces villa de Priego don José Antonio Manso de Velasco, primer conde de Superunda, natural de Torrecilla de Cameros (en la Rioja) siendo sepultado al día siguiente en la iglesia conventual de san Pedro, de frailes franciscanos descalzos. Este hecho luctuoso lo recuerda una losa empotrada en el crucero del templo, a mano izquierda de la reja de entrada a la capilla de la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, con una enigmática leyenda, mezcla de alegoría y metáfora, que comienza: «Aquí existen las cenizas...».
El conde de Superunda -
A desvelar algunas de las incógnitas de la biografía del conde de Superunda y a desvirtuar no pocas inexactitudes sobre la egregia figura he dedicado varios artículos y conferencias.
¿Quién fue el conde de Superunda? La lauda de su sepulcro relaciona sus cargos: caballero de la Orden de Santiago, teniente general de los Reales Ejércitos, Gentil Hombre de Cámara de Su Majestad y virrey y capitán general de los reinos y provincias del Perú. También revela el título nobiliario de Conde de Superunda («sobre la ola»), que le había otorgado el rey Fernando VI en 1744 por haber sido el artífice de la reconstrucción de Lima y El Callao, ciudades sacudidas por un terrible seísmo y maremoto.
En 1761, tras haber puesto fin a su carrera política y gubernativa le fue autorizado el regreso a la metrópoli, con tan mala fortuna que recaló en La Habana, a la sazón asediada por la armada inglesa que se apoderó de la isla. La Corona trató de depurar las responsabilidades de los defensores de la Perla de las Antillas. El tribunal militar que juzgó al Conde lo condenó a muerte, pena que le fue conmutada por la de destierro a 40 leguas de la Corte. Después de un proceso infame, pleno de irregularidades, se dictó sentencia «para satisfacer a la Nación, al Honor de las Armas y a la recta Administración de la Justicia de que pende la seguridad de la Monarquía», que fue ratificada por Carlos III en El Pardo el día 4 de marzo de 1765. El camino del destierro se iniciaría pocos días después.
He localizado en el archivo Histórico de Protocolos de Madrid varias documentos, hasta ahora inéditos, que dan cuenta de la estancia en la Villa y Corte del Conde desde la llegada del barco al que arribó en Cádiz hasta el 12 de marzo de 1765 en que inició su periplo junto a su séquito (con sus secretarios Martín Sáenz de Tejada y Juan de Albarellos, y familia, el esclavo negro Manuel de casta Angola, que alcanzaría la libertad después, y seguramente otros criados). Reviste igualmente interés la relación de sus colaboradores «amigos», allegados y personas que le frecuentaron en el lugar de su destierro, además de destacados vecinos de la élite local, entre los que se incluyen Blas Manuel y Juan de Codes, adinerados comerciantes de tejidos con fábrica y tiendas en la localidad.
Atrás quedaban los negocios del Conde, las numerosas solicitudes reivindicando su honor, su correspondencia oficial y particular desde Priego y para Priego, su cuantioso capital (varios millones de reales de vellón) depositado en el Banco de los Cinco Gremios Mayores de la Corte, y las acusaciones y reclamaciones del pago de indemnizaciones a los perjudicados por la pérdida de La Habana.
Ocho años en Chile y 16 en Perú aureolaron su gobierno, pero bastaron cuatro en Madrid y dos en Priego para que lo hundieran en la más triste melancolía, que agravó su epilepsia, enfermedad de la que falleció. Nada pudo hacer su íntimo amigo el marqués de la Ensenada, también caído en desgracia, por rehabilitar su fama, al que Superunda tanto debía y tanto agasajó, con el envío de ricos presentes y regalos desde Indias,
Carlos III, monarca caprichoso, venatorio, testarudo y «beato», al decir de Palacios Atard, por el que Manso de Velasco sentía una absoluta veneración por su acendrada conciencia regalista, lo trató con despecho, excitado por el conde de Aranda, negándole el perdón,
Al cumplirse el 250 aniversario de la muerte de este gran patriota, tanto su cuna como su lugar de reposo, deben recordar al ilustre riojano, valiente militar y gobernante eficaz, fundador de ciudades con girones de alma andina y limeña, que tuvo un triste y fatal destino, rindiendo justicia a sus cenizas que ni reposan, ni yacen, ni descansan, porque solo porfían su existencia.




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