lunes, 13 de febrero de 2017

Manuel PELÁEZ DEL ROSAL: "Un granadino en la Córdoba del siglo de Oro", en Diario Córdoba, Viernes 10 de febrero de 2017, pág. 6.

Manuel PELÁEZ DEL ROSAL: 
"Un granadino en la Córdoba del siglo de Oro", 
en Diario Córdoba, Viernes 10 de febrero de 2017, pág. 6.


Manuel Peláez del RosalManuel Peláez del Rosal - Real Academia de Córdoba
10/02/2017


Se llamó en la centuria en la que le tocó vivir don José de Valdecañas y Herrera, y hubiéramos reparado poco en él --los que le hemos sucedido-- si su nombre no hubiera sido grabado por el célebre pintor don Antonio del Castillo en el lienzo de San Rafael que aquél le encargó en el año 1652, y que en estos días se exhibe en la exposición conmemorativa del centenario del nacimiento del artista en la sala Vimcorsa de la capital.
Un granadino en la Córdoba del siglo de oro - Nació Valdecañas en Granada en 1595, como se acredita en el expediente de aspirante a ocupar un cargo en el Santo Oficio, conservado en el Archivo Histórico Nacional, y fueron sus padres el burgalés don Francisco de Valdecañas y Arellano, oidor de la Real Chancillería granadina, y doña Luisa de Herrera y Pineda, hija del alcaide de la villa de Priego don Alonso de Herrera. Todas estas circunstancias jurídicas y políticas influirán a la postre condicionando la vida de nuestro personaje.
Don José de Valdecañas cursará estudios de grado en la capital cordobesa, en la que ya se acusa su presencia en el año 1606. Muchos años después, en 1648, por obra y gracia de sus méritos --hidalgo notorio y abogado de presos de la Inquisición-- consigue una veinticuatría en el concejo.
Ha sido el historiador y académico Juan Aranda Doncel quien en sus investigaciones ha profundizado en algunos aspectos esenciales de la biografía de nuestro personaje. Sabemos por ellas que vivió en la plazuela de Doña Peregrina del barrio de Santiago (hoy denominada indebidamente plazuela de Las Peregrinas, como hemos comprobado siguiendo sus huellas) y que participó activamente en la gestión de la hermandad de Jesús Nazareno, de la que fue su hermano mayor en dos periodos dilatados: 1626-1639 y 1643-1656. Sus asiduas intervenciones en los correspondientes cabildos de estos años revelan el interés de Valdecañas en el buen gobierno de la cofradía, así como su entusiasmo hacia la imagen titular, hasta el punto de aceptar los hermanos de ella que el corazón del hermano mayor, según sus deseos expresados pocos meses antes de su muerte, quedara depositado en la peana del altar de la iglesia hospital de Jesús Nazareno, claro símbolo de un inusitado fervor barroco.
El capítulo más importante de la vida de Valdecañas sin duda alguna fue la promoción del culto a San Rafael, por su intercesión milagrosa en la desaparición de la epidemia de peste bubónica que asoló a la ciudad en los años 1649-1651, con la celebración de fiestas eclesiásticas y seculares en su honor y loor (toros, justas y certámenes literarios), la erección del triunfo del santo en el Puente Romano, los comienzos de la edificación de su templo y la fundación de su cofradía en 1655, además de sufragar el lienzo de Castillo para el vestíbulo del salón municipal en que se celebraban las sesiones a la sazón.
Toda esta incesante actividad no sería bien comprendida si no abordáramos una faceta hasta el presente inédita. Me refiero a la situación económica del insigne patricio granadino desposado con la dama doña María de Caracuel y Aguilera en la villa de Priego en 1628. Se conservan los protocolos de las capitulaciones y dote que revelan el cuantioso patrimonio con el que la nueva pareja se habría de sustentar: casas, cortijos, esclavos, dineros en moneda de vellón, ropa blanca y de mesa, joyas, coche, caballos, vestidos de damasco, jubón de espolín de oro y plata, cofrecillo de carey y múltiples censos, que con las arras totalizaron 4.863.711 maravedíes. Esta considerable fortuna se vería acrecentada con los bienes del doctor don Martín Caracuel Palomar y Aguilera, beneficiado de la parroquia de Santiago de la ciudad de Granada, tío de la esposa. En el Archivo de la Catedral de Córdoba existe un ejemplar impreso de las alegaciones que formuló el abogado don Baltasar de Villanueva en el pleito que en 1648 se entabló contra Valdecañas, sin que fuera parte su mujer, a cuyo favor se habían vinculado los bienes cuya propiedad se disputaba.

Murió don José de Valdecañas en Córdoba a finales de 1659 y en su testamento, como expresión de una sensibilidad religiosa típica de la Contrarreforma, dejó establecido que lo enterraran en el convento de San Agustín, y que le dijeran mil misas, declarando por herederos universales a sus seis hijos vivos y beneficiando al primogénito, el licenciado don José Antonio de Valdecañas y Herrera, con el tercio de mejora. Resulta al menos curioso que en el testamento que éste otorgó en el año 1680 afirmara que su padre era natural de Córdoba, tal vez persuadido de haber transcurrido casi toda su vida en nuestra ciudad.


Manuel PELÁEZ DEL ROSAL: "El conde de Superunda", en Diario Córdoba, Miércoles 11 de enero del 2017, pág. 6.

Manuel PELÁEZ DEL ROSAL: 
"El conde de Superunda", 
en Diario Córdoba, Miércoles 11 de enero del 2017, pág. 6.


Manuel Peláez del RosalManuel Peláez del Rosal - Real Academia de Córdoba
11/01/2017

El 5 de enero de 1767 --se cumplen ahora 250 años- falleció en la entonces villa de Priego don José Antonio Manso de Velasco, primer conde de Superunda, natural de Torrecilla de Cameros (en la Rioja) siendo sepultado al día siguiente en la iglesia conventual de san Pedro, de frailes franciscanos descalzos. Este hecho luctuoso lo recuerda una losa empotrada en el crucero del templo, a mano izquierda de la reja de entrada a la capilla de la cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, con una enigmática leyenda, mezcla de alegoría y metáfora, que comienza: «Aquí existen las cenizas...».
El conde de Superunda -
A desvelar algunas de las incógnitas de la biografía del conde de Superunda y a desvirtuar no pocas inexactitudes sobre la egregia figura he dedicado varios artículos y conferencias.
¿Quién fue el conde de Superunda? La lauda de su sepulcro relaciona sus cargos: caballero de la Orden de Santiago, teniente general de los Reales Ejércitos, Gentil Hombre de Cámara de Su Majestad y virrey y capitán general de los reinos y provincias del Perú. También revela el título nobiliario de Conde de Superunda («sobre la ola»), que le había otorgado el rey Fernando VI en 1744 por haber sido el artífice de la reconstrucción de Lima y El Callao, ciudades sacudidas por un terrible seísmo y maremoto.
En 1761, tras haber puesto fin a su carrera política y gubernativa le fue autorizado el regreso a la metrópoli, con tan mala fortuna que recaló en La Habana, a la sazón asediada por la armada inglesa que se apoderó de la isla. La Corona trató de depurar las responsabilidades de los defensores de la Perla de las Antillas. El tribunal militar que juzgó al Conde lo condenó a muerte, pena que le fue conmutada por la de destierro a 40 leguas de la Corte. Después de un proceso infame, pleno de irregularidades, se dictó sentencia «para satisfacer a la Nación, al Honor de las Armas y a la recta Administración de la Justicia de que pende la seguridad de la Monarquía», que fue ratificada por Carlos III en El Pardo el día 4 de marzo de 1765. El camino del destierro se iniciaría pocos días después.
He localizado en el archivo Histórico de Protocolos de Madrid varias documentos, hasta ahora inéditos, que dan cuenta de la estancia en la Villa y Corte del Conde desde la llegada del barco al que arribó en Cádiz hasta el 12 de marzo de 1765 en que inició su periplo junto a su séquito (con sus secretarios Martín Sáenz de Tejada y Juan de Albarellos, y familia, el esclavo negro Manuel de casta Angola, que alcanzaría la libertad después, y seguramente otros criados). Reviste igualmente interés la relación de sus colaboradores «amigos», allegados y personas que le frecuentaron en el lugar de su destierro, además de destacados vecinos de la élite local, entre los que se incluyen Blas Manuel y Juan de Codes, adinerados comerciantes de tejidos con fábrica y tiendas en la localidad.
Atrás quedaban los negocios del Conde, las numerosas solicitudes reivindicando su honor, su correspondencia oficial y particular desde Priego y para Priego, su cuantioso capital (varios millones de reales de vellón) depositado en el Banco de los Cinco Gremios Mayores de la Corte, y las acusaciones y reclamaciones del pago de indemnizaciones a los perjudicados por la pérdida de La Habana.
Ocho años en Chile y 16 en Perú aureolaron su gobierno, pero bastaron cuatro en Madrid y dos en Priego para que lo hundieran en la más triste melancolía, que agravó su epilepsia, enfermedad de la que falleció. Nada pudo hacer su íntimo amigo el marqués de la Ensenada, también caído en desgracia, por rehabilitar su fama, al que Superunda tanto debía y tanto agasajó, con el envío de ricos presentes y regalos desde Indias,
Carlos III, monarca caprichoso, venatorio, testarudo y «beato», al decir de Palacios Atard, por el que Manso de Velasco sentía una absoluta veneración por su acendrada conciencia regalista, lo trató con despecho, excitado por el conde de Aranda, negándole el perdón,
Al cumplirse el 250 aniversario de la muerte de este gran patriota, tanto su cuna como su lugar de reposo, deben recordar al ilustre riojano, valiente militar y gobernante eficaz, fundador de ciudades con girones de alma andina y limeña, que tuvo un triste y fatal destino, rindiendo justicia a sus cenizas que ni reposan, ni yacen, ni descansan, porque solo porfían su existencia.




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